14 febrero 2013

La Atalaya.


Desde hacia unos días que se le veía pasear por el puerto, elegante, traje oscuro, camisa blanca planchadísima, corbata negra, impolutos botines chelsea, sombrero crema panamá y un paraguas cerrado a modo de bastón. Caminaba pausado, como queriendo fotografiar todo lo que observaba. Hacia largas paradas, giraba la cabeza a ambos lados, se atusaba el bigote y prendía la pipa sin prisas con el paraguas apoyado en la entrepierna. 
Vivía al final de la playa, en un chalet que hasta la semana pasada estaba semioculto entre la maleza, abandonado desde que su propietario falleciera hace un par de años. Hoy, los voraces constructores, ya tienen ante sí al heredero de tan preciado terreno, ni la crisis los podrá frenar, a no ser que éste se niegue rotundamente a la venta, como hiciera su difunto padre, esperando a que su hijo algún día, desde tan primorosa atalaya, pudiera rendirse a las vistas del imperioso Atlántico.
En la taberna comentaban que pasó los últimos quince años en la cárcel, se acordaban muy poco de él, anteriormente estuviera cursando medicina en Santiago y venia muy poco por el pueblo. Se le acusó de suministrarle una inyección letal a su madre, enferma de alzhéimer, y, aunque las habladurías apuntaban a que fue el marido, el entonces prometedor joven se auto inculpó para exculpar a su padre. 
Entró en la fonda y se sentó en una mesa al lado de la ventana, pidió al mozo un whisky con agua, incluso la vociferante mesa de los jugadores de subastado cesó los berridos, los parroquianos aprovechaban cualquier momento para volverse a observar a el único hijo  de Don Aquilino el practicante, ojos azul acuoso y aguileña nariz, sobre un rostro alargado coronado por una breve y anárquica melena gris.  
Se levantó del asiento, y aprovechando el silencio que se había consensuado, se dirigió  hacia los parroquianos  - Buen día, me llamo Aquilino Zaratrusta Piñeiro, nací en este precioso pueblo marinero, ya todos sabrán sobre mi existencia y demás perogrulladas, simplemente quería presentarme, pues pienso morir en la casa que iluminó mi niñez, y para que se corra la voz en el pueblo, no pienso venderla nunca, sea cual sea el precio. Tomen lo que quieran están ustedes invitados-.

2 comentarios:

  1. Me gustan tus relatos, describes con fuerza los ambientes sórdidos y decadentes en los que sitúas las historias. Ni siquiera estoy seguro de que tu estilo, a veces algo ampuloso o pedante, sea siempre un handicap en tus microrrelatos; a menudo le añade un tono salvaje y áspero. Este, por ejemplo, es ciertamente directo en lo que está contando, desde las primeras frases consigues que el lector sienta animadversión por el protagonista para luego cerrar el cuento con un gesto de humanidad y honradez de un modo que no pierde la coherencia interna.(Por cierto, cuánto daño hizo Lombroso).

    Saludos. (Por cierto, falta una tilde por ahí en en el prononmbre "él").

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  2. Es una satisfacción tremenda que alguien deje un comentario tan bueno en este blog tan nulamente transitado. un saludo

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¡¡¡¡A que coño esperas!!!!!! ¿Suelta algo...?