Se lo
encontró la primera persona que esa mañana bajó a la playa a pasear. Serían sobre las 7:30 de la mañana, se asustó al ver el bulto en la orilla, a veces
varan arroaces tras el temporal. Sin tener muy claro de que se trataba, y para cetáceo tiraba a raruno, marcó el número de la policía local, en quince minutos
estaban allí, y en media hora ya había un pequeño corrillo de unas diez
personas alrededor de lo que quedaba de un cuerpo, dos horas más tarde llegó el
juez, la policía apartaba a más de cincuenta personas que ya se daban cita en el
lugar, jugando a poner nombre y apellidos a aquella masa momificada, y
repasando la lista de los últimos años de naufragios y desaparecidos. Entre ancianos y
expertos marineros llegaron a la conclusión de que debía de llevar más de dos
meses en el fondo del mar, quizás entre las rocas o enganchado a alguna red, y el último temporal lo desprendiera de su
escondrijo y lo devolviera a la playa para que sus familiares pudieran dar
cristiana sepultura.
Los
habitantes de los océanos habían hecho un trabajo minucioso, digno del mejor taller
de efectos especiales hollywoodiense, la cabeza estaba completamente
mordisqueada, como si hubiese sido pinchada múltiples veces con un punzón
concienzudamente, quizás un
pulpo anduvo adosado a su cabeza algún tiempo y en sus ventosas se
quedaron los ojos y los
cabellos, ya que por las cuencas aparecía de vez en cuando un pequeño cangrejo, la calavera y los cuatro hilillos de
lo que antes fue pelo, le daban un aire a medusa y hasta alguien se apartó, por si le picaba. Los
dedos faltaban en mayor o menor medida. En la barriga semi-hinchada y llena
de algas, había alojada una piedra del tamaño de una mano (alguien la tiró
aprovechando un despiste policial), tras arrojarla sonó como una fuerte
ventosidad e inmediatamente un nauseabundo hedor se apoderó de la zona, esto
hizo que la gente se dispersara raudamente hasta unos cincuenta metros de
distancia, mientras un gentil agente, tapándose la tocha con un pañuelo,
buscaba con los ojos al simpático de turno. Lo que mejor conservaba eran las
piernas, la única ropa que llevaba, un pantalón verde pescador con sus inseparables
botas de goma, que no habían permitido participar en el festín de pezuñas a una familia de
salmonetes.
Tras el levantamiento del cadáver escupido por el mar, la gente se preguntaba
como iban a reconocerlo por las piernas, aunque algún pavero (quizás el de
la piedra) dijo jacarandoso: - ¿quién sabe, igual entre las piernas tiene
alguna peculiaridad?, y otro -¿es verdad, también puede tener un tatuaje en el
culo?-.
@jorjowski
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