16 diciembre 2016

El ahogado.


Se lo encontró la primera persona que esa mañana bajó a la playa a pasear. Serían sobre las 7:30 de la mañana, se asustó al ver el bulto en la orilla, a veces varan arroaces tras el  temporal. Sin tener muy claro de que se trataba, y para cetáceo tiraba  a raruno, marcó el número de la policía local, en quince minutos estaban allí, y en media hora ya había un pequeño corrillo de unas diez personas alrededor de lo que quedaba de un cuerpo, dos horas más tarde llegó el juez, la policía apartaba a más de cincuenta personas que ya se daban cita en el lugar, jugando a poner nombre y apellidos a aquella masa momificada, y repasando la lista de los últimos años de naufragios y desaparecidos. Entre ancianos y expertos marineros llegaron a la conclusión de que debía de llevar más de dos meses en el fondo del mar, quizás entre las rocas o enganchado a alguna red, y  el último temporal lo desprendiera de su escondrijo y lo devolviera a la playa para que sus familiares pudieran dar cristiana sepultura.
Los habitantes de los océanos habían hecho  un trabajo minucioso, digno del mejor taller de efectos especiales hollywoodiense, la cabeza estaba completamente mordisqueada, como si hubiese sido pinchada múltiples veces con un punzón concienzudamente,  quizás un pulpo anduvo adosado a su cabeza algún tiempo y en sus ventosas se quedaron  los ojos y los cabellos, ya que por las cuencas aparecía de vez en cuando un pequeño cangrejo,  la calavera y los cuatro hilillos de lo que antes fue pelo, le daban un aire a medusa y  hasta alguien se apartó, por si le picaba. Los dedos faltaban en mayor o menor medida. En la barriga semi-hinchada y  llena de algas, había alojada una piedra del tamaño de una mano (alguien la tiró aprovechando un despiste policial), tras arrojarla sonó como una fuerte ventosidad e inmediatamente un nauseabundo hedor se apoderó de la zona, esto hizo que la gente  se dispersara raudamente hasta unos cincuenta metros de distancia, mientras un gentil agente, tapándose la tocha con un pañuelo, buscaba con los ojos al simpático de turno. Lo que mejor conservaba eran las piernas, la única ropa que llevaba, un pantalón  verde pescador con sus inseparables botas de goma, que no habían permitido participar en el festín de pezuñas a una familia de salmonetes. 
Tras el levantamiento del cadáver escupido por el mar, la gente se preguntaba como  iban a reconocerlo por las piernas, aunque algún pavero (quizás el de la piedra) dijo jacarandoso: - ¿quién sabe, igual entre las piernas tiene alguna peculiaridad?, y otro -¿es verdad, también puede tener un tatuaje en el culo?-.


@jorjowski

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