10 enero 2013

Alquitrán y asociados.



Rumiaba palabras cabizbajo, se agarraba al vaso como un preso a los barrotes pidiendo clemencia al carcelero. Su rostro era una cartografía donde cada arruga equivalía a un año de tristeza, un perro callejero no envidiaría esa vida, solo le faltaba morir atropellado, nadie recogería el cadáver de la cuneta. Siempre lo recuerdo al fondo de la barra, parte del ornamento del local junto con el serrín del suelo y las cáscaras de maní,  el hule amarillento, la botella de Real Tesoro, algún viejo cartel taurino y la foto del Pontevedra en primera: ¡Hay que róelo!
Hacia sesenta años que en sus pulmones no entraba otra cosa que alquitrán y asociados, desde la puta ley que apestaba aun más a los fumadores, tenia que arrastrarse desde su escaño a la calle, como el que camina hacia el quirófano para ser operado a vida o muerte. Nadie se dio  cuenta que en esos antros centenarios la gente acudía como el elefante a su descanso eterno, tendrían que estar incluidos en el mismo grupo que las cárceles y los psiquiátricos. Me dijeron que allí mismo le dio el infarto, no soportó tanta ida y venida a la calle, tanto humo de coches y polución, aderezado con  frío y humedad. Sobrevivió a amoríos tóxicos, a desahucios, a la no contributiva, al abandono y al alcohol  de un millón de botellones. -Lo mató rebajar la dosis necesaria para ventilar su único pulmón, o las corrientes de ir a fumar a la calle, quien sabe. <decía un parroquiano mientras enfilaba la puerta para echarse un cigarro al relente>.


1 comentario:

  1. Me alegra ver que sigues por aquí. Yo he vuelto, después de algunos años. Saludos.

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¡¡¡¡A que coño esperas!!!!!! ¿Suelta algo...?