No aspiro a salir a hombros de ningún campo de preferente,
son otras mis inquietudes, quizás más triviales o terrenales. Me conformo con
que los dolores crónicos me dejen en
paz, y que la respiración reñida con el ventolín no
se vuelva un ejercicio obsceno. A mí, a quien lo vivido le sabe a una mezcla
entre cebada y lefa, entre cáñamo no fumado y alquitrán, a mí, para quien
levantarse no es más que una incomoda nausea, latente y perpetúa por ir a trabajar. Todo lo que me permite el desasosiego y el placer de estar ocioso es
bien recibido, pero a veces se tuercen hierros donde solo hay palillos, se
ejecutan hipotecas donde solo se ven chabolas, te gobiernan bastardos a los que
solo les falta apretar el gatillo, y nosotros, los de a pie, los que sufrimos
el frio por el precio del gasoil, los que sangramos para ver crecer a nuestros
hijos, acatamos la derrota con resignación, sin derecho al pataleo, sucumbiendo
ante su desastre que ahora es nuestro, acariciando el precipicio al que nunca
debimos de asomarnos. Hemos perdido la partida, no quedan fuerzas para la revancha, pero tal
vez cambie la suerte, aunque lo dudo.
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